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Fechas destacadas entre Villena y el santuario de las Virtudes.- Años de 1476 a 1757

 A continuación destacamos  una serie de fechas destacadas en la historia de Villena  y la mayoría de ellas relacionadas con el Santuario de Nuestra Señora de las Virtudes. El periodo descrito está comprendido entre los años 1476 y 1757.

 

1476

Rebelión contra el Marqués de Villena

1480

Incorporación de Villena a la Corona de Castilla

1490

Posible erección de la ermita de las Virtudes

1507

Sancho García de Medina, arcipreste y arcediano de Villena incorporó las rentas de las Virtudes para la construcción de la nueva parroquia de Santiago.

1515

Fundación del convento de Trinitarias.

1522

Difunto ya Sancho García de Medina, a súplicas del ayuntamiento de Villena, el rey Carlos V solicitó al papa Adriano VI que la ermita de las Virtudes no se anexionase a ninguna otra iglesia, dado que la ciudad había sido su fundadora.

En dicha carta, que envió Carlos V al embajador en Roma, contaba que era intención de la entonces villa el poner religiosos y clérigos para su servicio y para recoger las limosnas. Cuatro años más tarde, recién obtenida la categoría de ciudad

1525

Carlos V concede a Villena el título de ciudad y se concretó que en el santuario se establecería una comunidad de agustinos de Murcia,  pertenecientes a su provincia de Andalucía, de forma que el ayuntamiento se reservó el derecho de patronato sobre la imagen y todos los bienes del lugar.

1526

Se hizo cargo de las Virtudes la citada comunidad agustina.

1542

La comunidad agustina abandonó el convento, según decisión de la orden, ya que alegaban no querer mantener casas pequeñas, donde la disciplina, con apenas unos pocos religiosos de escasos recursos, se resentía gravemente.

Hubo algunos enfrentamientos, resultó muerto uno de los frailes y se reintegraron a su convento de Murcia. Dejaron los bienes que no eran suyos y se comprometieron a no ir nunca contra la ciudad.

1563

Fundación en Villena de un convento de Franciscanos Descalzos

1564

A raíz de las conclusiones del Concilio de Trento, se inician una serie de conflictos, por el control del santuario, entre la ciudad  y los obispos murcianos.

1565-1575

El obispo de Cartagena en dicho periodo, Arias Gallego, que además fue uno de los asistentes al Concilio, se produjo el primer enfrentamiento. Al comenzar la década de 1570 el visitador del obispado, pretendía poner un capellán en la ermita para que le cobrase las limosnas y el obispo  prohibió a Villena la administración del santuario.

1571

El ayuntamiento de Villena apeló al rey para que le amparase en el patronazgo de la ermita. El obispo excomulgó a un regidor y a un escribano de la ciudad. Indicaba que las limosnas debían considerarse bienes espirituales, cuya administración le correspondía exclusivamente al prelado diocesano.

1575

El rey se pronunció a favor de la ciudad y mandó que de inmediato se absolviese a los excomulgados. Hubo dos escritos; uno del Consejo de fecha 28-09-1575 y la carta ejecutoria de 04-12-1575 en la que Felipe II ordenaba que el obispo de Cartagena no impidiese a Villena la administración de la ermita ni el nombramiento de capellanes y mayordomos.

Victoria muy importante para Villena, puesto que el concejo municipal entendió que había habido un pleno reconocimiento a su derecho de patronato sobre el santuario.

1586

Sobre ese año, el oriolano Juan Diego Mancebón (un clérigo con ínfulas de arbitrista), se instaló en la ermita. Dos años más tarde envió al rey un memorial en el que hablaba extensamente de las cosas del santuario, al tiempo que exponía el proyecto de reconvertirlo en seminario para la formación de niños moriscos de las diócesis de Cartagena y Orihuela.

1588

Entre los días 3 y 10 de septiembre, el obispo de Cartagena Jerónimo Manrique de Lara (1583-1591) ordenó se instruyera un informe testifical, que fue llevado a cabo por mosén Diego de Valera, arcipreste de Villena y comisario del Santo Oficio. En su investigación Valera tomó declaración a una docena de testigos, más su propia opinión. Los declarantes pertenecían a las fuerzas vivas de la ciudad. Entre ellos se encontraba el alférez mayor y el alcaide del castillo, así como cuatro clérigos, todos varones, con una edad media de 54 años.

Por una parte, denunciaron el estado moral en que se hallaba el santuario y el culto; muchos excesos debían de cortarse, se mezclaban elementos profanos y mundanos con lo sagrado: corridas de toros, bailes, comidas, bebidas, pelas, juegos deshonestos, presencia de “mujerzuelas” de día y de noche, incluso en el interior de la propia iglesia y claustro. En definitiva, el santuario era un “bodegón y cueva de abominaciones” y estas cosas tan depravadas había que recontarlas.

Por otra parte, había denuncias sobre el desgobierno existente en el santuario. El propio arcipreste indicó que el ayuntamiento  administraba la casa “con mucha remisión, flaqueza y perversidad”. Los testigos comentaron también las continuas desavenencias, disputas y competencias entre los miembros del concejo, puesto muchos querían el cargo de mayordomo, unos para sí y otros para remediar a parientes y amigos.

Los mayordomos se habían convertido en los “señores absolutos” de la ermita. Se aprovechaban de bienes y recursos del lugar, así como de las limosnas.

Resumiendo, había mucha corrupción a todos los niveles, entraban pobres y salían ricos e incluso algunos vivían amancebados en la propia ermita.

El ermitaño era la clave, era designado por el concejo sin aprobación episcopal, puesto que para elegirlos se tenía en cuenta la afinidad a tal mayordomo o a su respectivo grupo. No había ingresos constantes en la ermita y se había producido un gran decaimiento de la devoción y del santuario.

Se hacía necesario el control diocesano. La ciudad despidió a Mancebón y en ese año de 1588 Villena tuvo que solicitar de nuevo, como ya lo hiciera en 1551, autorización real para hacer frente al pago, con cargo a los propios y rentas de la ciudad, de los gastos derivados de las festividades de la Virgen.

Hay que tener en cuenta que, el concejo, en el ejercicio de su patronato, nombraba diferentes cargos: mayordomos y diputados (miembros del Cabildo para el control económico y festividades), y capellanes y predicadores (para atender el culto).

¿Qué soluciones se vislumbraban?

Surgió la opción de ceder el santuario a una comunidad conventual. Se podría mantener el patronazgo, sostener la devoción y desentenderse de la gestión del día a día. Se consideró la posibilidad  de negociar con el provincial de los franciscanos descalzos las condiciones para que se estableciera en las Virtudes  una comunidad de clarisas de Gandía, pero no cuajó esta idea.

El ayuntamiento se inclinaba con toda claridad por la opción conventual y de esa forma se quitaba un gran problema y mareo de encima.

1591

Con la correspondiente licencia diocesana, se encargó al arcipreste de Villena, Diego de Valera, el que diese posesión del santuario, de nuevo, a los agustinos calzados; pero en lugar de los murcianos, se entablaron negociaciones con los conventos de Alcoy y Xátiva.

En la Navidad de dicho año se presentó en el cabildo municipal el provincial de los valencianos (propiamente, de su provincia de Aragón) y solicitó formalmente el santuario para convento de su orden.

No hubo unanimidad en el ayuntamiento para acceder a esta petición, puesto que recordaban los conflictos surgidos cuando estuvieron los monjes anteriores. Llegaron incluso a sugerir que no hubiera frailes, sino cuatro clérigos naturales de Villena.

Tras muchas discusiones y pensando que el santuario no estaba ordenado, acordaron quitar de su puesto a amas y mozos y finalmente ganó la opción mayoritaria de que volviera a ser convento.

1592

Las capitulaciones necesarias para que vinieran los agustinos se firmó el Alcoy el 4 de febrero y en ellas quedó bien claro que el patronazgo, dominio y propiedad de la casa y sus bienes era de la ciudad. Se cedía a los frailes  el uso y posesión de los bienes. Cada tres años el convento debía rendir cuentas ante los mayordomos de la ciudad. Se escribieron también todas las cuestiones protocolarias y ceremoniales. El ayuntamiento reservó para sí algunos espacios del santuario, especialmente en los días de romería, en que la ciudad con el clero y cabildo se desplazaba en procesión a la casa. Cuestión fundamental era que en ningún caso se podía trasladar la Virgen a ningún sitio. Los agustinos se comprometieron a presentar en un plazo de seis meses la confirmación de las capitulaciones por parte del provincial o general de su orden y en ese momento presentaron la escritura de fianzas (aportada mediante hipotecas sobre censales por un principal de 2.224 libras valencianas) y el día 5 de febrero se les dio posesión. Este acto se repitió dos veces, una con el arcipreste Diego de Valera y otra con el alguacil mayor, Sancho de Valera.

1593

Un cambio brusco se produjo el 25 de agosto debido a que los agustinos aragoneses se vieron expulsados “violentamente y con mano armada” por sus hermanos, con mandato del obispo de Cartagena Sancho Dávila. Los murcianos se presentaron acompañados de dos guardias provistos de escopetas y. hubieron insultos verbales.

El cabildo municipal, que el día anterior había sido informado de lo que iba a pasar a través de la orden episcopal, entendió que pretendían despójalo del patronato y de la posesión del santuario, al no disponer los frailes murcianos del nombramiento de la ciudad. En consecuencia, solicitó al alcalde mayor el amparo de sus derechos.

El obispo no reconoció las capitulaciones que habían firmado el pasado año  y por tanto este desalojo para él era correcto, pues la ermita estaba en territorio del obispado y su administración le correspondía, conforme al Concilio. Manifestó que efectivamente, debía haber allí religiosos agustinos, pero más conveniente que fueran castellanos, por ser de un mismo lenguaje y estar dicha ermita en los reinos de Castilla.

El ayuntamiento recurrió al rey para restituir a los valencianos. El asunto se silenció y los agustinos murcianos continuaron en las Virtudes. El asunto volvería a un nuevo litigio  en la década de 1750.

1618

Un grupo de regidores, encabezado por Juan Martínez de Erquiaga (alcalde ordinario por el estado noble), se enfrentó –espada en mano- al alcalde mayor del partido, Martín López de la Morena. El hecho tuvo lugar en el santuario, en plena feria de septiembre, donde ambos alcaldes disputaron sobre el derecho a presidir las fiestas. Martín López recibió un pinchazo en la cabeza y Martínez en un brazo.  El corregidor detuvo a Martín López y a varios regidores y el alcalde ordinario fue inhabilitado para ejercer oficios públicos durante cinco años.

Salvo dicho suceso, la devoción se mantuvo muy activa y el santuario tuvo un buen movimiento económico y financiero.

1640

En el mes de marzo se instauró la costumbre de entregar la llave del sagrario del santuario, una vez cerrado al finalizar los oficios del Jueves Santo, al regidor, que por turno obligatorio, representaba a la ciudad en dicha función. La llave se devolvía al prior del convento al abrir de nuevo el sagrario el Viernes Santo.

1641

Comenzó la construcción de la calzada de la Virgen.

1676

En los oficios del Jueves Santo de ese año, el prior se negó a entregar la llave del sagrario al regidor de turno, alegando una disposición de la junta de cardenales, en la que se prohibía entregarla a ningún seglar.

Como respuesta, la ciudad acordó estrechar el control sobre la comunidad –en manifestación de su patronato- y escribir al provincial, comunicando lo sucedido y aprovechando dicho escrito, dieron cuenta del deficiente servicio que prestaban los conventuales.

El provincial terminó ordenando a los frailes que respetasen la costumbre, puesto que el decreto referido de los cardenales no estaba recibido en España.

1727

Los frailes solicitaron a la ciudad el traslado de la imagen de la patrona a la iglesia del hospital de la Concepción (en el casco urbano) y el de su comunidad a la ermita de San Sebastián. Las razones que argumentaban eran dos: el estado de ruina del edificio y la insalubridad del emplazamiento, causada por la inmediata laguna. Los frailes esta propuesta la plantearon como provisional, esta tanto el ayuntamiento buscara soluciones y además contaban con el apoyo del provincial, quien corroboró por escrito lo alegado por los frailes.

La corporación se opuso rotundamente, ya que manifestaron que la ubicación del santuario había sido elegida por la propia Virgen. El ayuntamiento les replicó, negando que el edificio se encontrase en malas condiciones, recriminándoles que las limosnas recogidas no las invirtieran en los arreglos necesarios.

Al año siguiente el prior agustino comunicó a la ciudad que su comunidad no acudiría en las fiestas de septiembre, por la extrema pobreza en que decía, se hallaban.

Pasó la fiesta y el prior volvió a escribir al concejo para solicitar que se les comunicara de nuevo y forma exacta cuáles eran sus obligaciones como conventuales. Como quiera que en el ayuntamiento faltara documentación sobre el tema, tuvieron que reunir a los regidores más ancianos para que les dieran información sobre el tema.

1729

El ayuntamiento seguía sin dar respuesta al prior.

1730

Se produjo un incidente con los frailes con motivo de haber llevado estos la Virgen a Villena sin el protocolo debido. Se sembró el terreno para futuros enfrentamientos.

1752

La Virgen de las Virtudes estrenó andas y nuevo trono en 1752

 En el libro titulado “Historia de la Imagen de  Ntra. Sra. de las Virtudes” escrito por don José Zapater y Ugeda en el año 1884, nos da cuenta su autor de  una importante noticia acontecida en el año 1752. El Cabildo Municipal acordó traer la Virgen de las Virtudes a Villena con el fin de impetrar la salud pública, profundamente amenazada por la peste y para rogar y pedir al cielo la sucesión del monarca Fernando VI.

Sigue indicando Zapater que, con dicho motivo, se estrenaron unas andas y la Sagrada Imagen fue colocada en un sorprendente trono. Dicho trono, por medio de un ingenioso mecanismo  se va elevando mientras se canta la salve, de manera que, colocadas las luces sobre el altar en aparente desorden, poco a poco se van ordenando con perfecta simetría, hasta que la Virgen aparece en lo más elevado del trono, donde queda expuesta a la veneración de los fieles.

A continuación iremos relatando los acuerdos y actuaciones que se fueron realizando para preparar la venida de la Virgen. Comenzamos en el mes de enero con los nombramientos de comisarios para festividades, realizados por el corregidor, don Gaspar Delgado Llanos y Moreda,  y que recayeron en Diego Guerao y Capos y en Diego de Selva y Rojas.

En la reunión del Cabildo Municipal del 27 de marzo, los señores don Pedro Antonio Herrero, don Alonso Rodríguez, don Pedro Phelipe Herrero y don Francisco Cervera; comisarios que fueron nombrados para recoger las limosnas de los vecinos y para hacer fabricar las andas y candeleros para nuestra Patrona, dieron cuenta de haber cumplido su encargo y lo recaudado, tanto en dinero, como en alhajas, lo ponían de presente a  la ciudad para solo sirvan al fin encomendado, que es para las funciones de Ntra. Sra. de las Virtudes. El Ayuntamiento dio las gracias a dichos señores, haciéndolas extensivas al Sr. corregidor por lo mucho que se interesó en la solicitud de limosnas a los vecinos.

Se acordó también, realizar un cajón en donde se guarden las andas y los ciento cincuenta candelabros.

Los párrocos que regían las dos parroquias de la ciudad eran don Juan Fernández Vila, en Santiago; y don Joseph Martínez Pardo de la Casta, en Santa María.

En la reunión del Cabildo de fecha 15 de mayo, su capitular,  don Francisco Cervera, propuso a la ciudad que, estando los campos del término muy abundantes de sembrado, de lo que se esperaba una colmada cosecha de granos, y existiendo un cierto temor por los nublos que iban apareciendo y que podían causar que la piedra destrozase el campo; pidió a la ciudad que se acordase traer a la Virgen en rogativa, para pedirle que, por su intersección, se evitara la pérdida de la cosecha, como también para que su Divina Majestad libere a los vecinos de enfermedades, y para que conceda sucesión a los católicos monarcas, que tan necesaria es para la tranquilidad del mundo cristiano, añadiendo que los gastos del traslado se sufraguen con las limosnas que dieren los vecinos y no los caudales públicos.

La ciudad dio las gracias a don Francisco Cervera e informó que no teniendo el Ayuntamiento dinero para afrontar los gastos y que los vecinos pasaban por una coyuntura muy estrecha, dijeron que sería preferible que la procesión se hiciera el 7 de septiembre, conduciendo la Sagrada Imagen a esta ciudad con la mayor ostentación y se le diera culto en Santiago los nueve días como es de costumbre, nombrando comisarios para ello a don Pedro Antonio Valero y a don Pedro Phelipe Herrero, que ya lo fueron en el año 1750, cuando tan solemnemente se trajo. Se acordó avisar a los cabildos de ambas parroquias, aprovechando de paso la ocasión para inaugurar las nuevas andas y candeleros.

Tras todos estos acuerdos surgieron otros temas de importancia como eran: que el trono estuviese iluminado de día y de noche, desde el día 7 de septiembre, día de llegada, hasta el sábado 16 de septiembre, último día del novenario. También se organizaron los nueve sermones, así como las misas cantas y las salves correspondientes.

Los vecinos también tenían que planificar otras actividades, como eran la formación de soldadescas, construcción de castillos de fuegos artificiales, preparar velas  y organizar los alumbrados correspondientes.

La emoción de los ciudadanos debió de ser impresionante y prueba de ello nos la encontramos en las páginas del libro al que vamos a referirnos a continuación, en el que el cura párroco de Santa María, don Joseph Martínez Pardo de la Casta, nos ofrece una visión general de las Fiestas que Villena celebró en honor de su Patrona, del 7 al 16 de septiembre, así como de la gran oratoria ofrecida por parte de los nueve oradores que intervinieron.

Pasamos a detallar el  libro que lleva por título: Sermón Panegyrico  que en las plausibles Fiestas, que la muy Noble y Leal Ciudad de Villena, celebró a la devotísima Imagen de María Santísima de las Virtudes, colocando a esta Divina Señora en unas nuevas andas y un prodigioso trono, impetrando la salud pública y la feliz sucesión de nuestros Católicos Monarcas, el día 16 de septiembre de 1752.

Predicó el doctor don Joseph Martínez Pardo de la Casta,  presidente que fue de Philosophia y Sagrada Theología Escolástica, por la Escuela Thomista en el seminario del Señor San Fulgencio de la ciudad de Murcia, y actualmente Beneficiado y cura propio de la Parroquial de la Señora Santa María de la ciudad de Villena, siendo el nono y último de tan solemnes cultos.

Sale a la luz pública por el señor don Gaspar Delgado y Llanos,  corregidor de la ciudad de Villena, a quien, en reconocimiento de su afecto, lo dedica el orador.

Impreso en Murcia

Dedicatoria

 

Al corregidor de Villena don Gaspar Delgado Llanos Moreda y le agradece  que:

Haya estimulado a este pueblo para labrar esas majestuosas andas y ese regio y suntuoso trono en que se ha visto colocada con la mayor majestad María, Señora Nuestra, logrando nuevos accidentales realces de hermosura….

Destaca también su acertado gobierno de este pueblo e indica  que:

Siendo vuestro mayor tesón el mayor aumento de su culto y el de su Santísima Madre, es la puntual asistencia a las iglesias, siendo don Gaspar el primero en los sermones, procesiones, comuniones generales y demás actos en que un juez debe resplandecer con su ejemplo, sirviendo todo esto de un continuo estímulo a todo este pueblo, para la más puntual asistencia.

Realiza también una descripción de la familia del corregidor y un recuerdo muy especial a la fidelísima villa de Medina del Campo, lugar de sus antepasados familiares, finalizando con las siguientes palabras:

Así camina esta población al amparo de V.S. de cuya innata honradez y generosidad, no dudo de la admisión correspondiente a su heroica caridad.

8 de diciembre de 1752

Doctor don Joseph Martínez Pardo de la Casta

 

Aprobación del señor doctor don Juan Fernández Vila, Beneficiado y cura propio de la Parroquial del Señor Santiago de la ciudad de Villena.

Revisión para la censura del Sermón Panegírico que dio el doctor don Joseph Martínez Pardo de la Casta, Beneficiado y cura propio de la Parroquial de Santa María de esta ciudad de Villena, dijo en el día nono y último de las Fiestas, que esta expresada ciudad celebró a María Santísima de las Virtudes.

Indica que al finalizar su sermón, fue aprobado con grandes admiraciones por parte de todos los asistentes y finalizó su dictamen solicitando que el señor gobernador concediera licencia para imprimirlo.

 Villena, y noviembre 15 de 1752


Doctor don Juan Fernández Vila

 

            Licencia de Ordinario por el doctor don Andrés de Rivera y Casauz, Chantre, Dignidad y canónigo de la Santa Iglesia de Cartagena, gobernador provisor y vicario general en todo su Obispado, Sede Episcopal Vacante.

Indica en su aprobación que da licencia a cualquiera de los impresores de la ciudad de Murcia, para que se pueda imprimir dicho Sermón Panegyrico, dado que no contiene cosa alguna, que se oponga contra la fe y loables costumbres y por tanto su contenido será de mucha utilidad y provecho.

Dada en Murcia, en doce días del mes de diciembre, del año 1752

Doctor Rivera,  por mandato del señor gobernador, provisor y vicario general

 

Exordio, que lleva por título JHS

 

A lo largo de veintiséis páginas, don Joseph Martínez Pardo escribe  un exordio centrado en las Virtudes de María, entremezclando aspectos geográficos, religiosos e históricos.

Hemos realizado una selección de dichos textos y vamos a centrarnos en los aspectos que hemos considerado más curiosos y que transcribimos a continuación:

Válgame la Virgen de las Virtudes. Qué singulares y preciosos Tabernáculos de virtudes admiran nuestros ojos este día: Que altares tan aseados de virtudes registro en esta iglesia. En cada Altar de la Iglesia había una Imagen de las Virtudes…

Continuó haciendo patentes las virtudes de María, con el ilustre título de Virtudes, siendo esta Señora, el Sol de la Iglesia Católica, citando su colocación en unas regias andas y en su nuevo trono, recordando emocionado la salida de la Casa, la tarde del día 7 de septiembre, para pasear las calles de Villena, destacando la hermosura de su rostro, al contemplarla en hombros de sacerdotes por las puertas de esta ciudad.

Recuerda también el antiguo trono y comparándolo con el nuevo indica que el que se estrena es más elevado, brillante y aureado; y tuvo unas palabras de elogio para los ocho sabios oradores que le precedieron; quienes demostraron corrientes cristalinas de un portentoso mar de erudiciones.

Destacó la labor del Ayuntamiento, firmando tan justificado Cabildo para la publicación de estas Fiestas.

Resaltó también a los hijos de Villena cuando, hablando de María de las Virtudes, fabrican su idioma con los afectos y lo expresan a raudales con sus ojos.

Señalo varias citas:

A quien la Majestad Divina colocó en Villena, una de las ciudades de nuestra España, a la parte Occidental.

Respecto a Murcia indicó:

Publíquelo todo este Reino; y principalmente su cabeza, mi amada patria murciana, en cuya ciudad, el Ilustre Cabildo Eclesiástico es tributario de esta Señora, anualmente con parte de sus diezmos, en deuda o satisfacción al beneficio de tener en su poder una de las mangas de su vestido, con la cual se extinguió la peste en dos ocasiones, que la ha padecido aquella Noble Ciudad, a cuya favor agradecida, se obligó con voto perpetuo, para eternizar su memoria en los siglos venideros.

Realiza también una pequeña crónica de cómo se realizó la aparición de la Sagrada Imagen de la Virtudes, indicando lo siguiente:

 

Su gloriosa aparición se simboliza en aquella nubecilla  a esa Divina Imagen de las Virtudes, en su aparición o hallazgo, inmediato a esa laguna, o a esa fuente que llamáis del Chopo.

 

Continúa el relato, ahora centrado en la Virgen de las Virtudes y en las nuevas andas y trono; dedicando las siguientes palabras:

Pasemos de la aparición de la Señora, a su colocación en esas aureadas andas y en ese argentado y elevado trono, transformando en otra a esta ciudad y a esta iglesia, cuando de sus andas toma quieta y pacífica posesión. Al ver colocada a esa divina Imagen en su trono, dice San Juan, que hizo tránsito la tierra. Alude sin violencia este tránsito, al que miramos en Villena de esta Divina Imagen de las Virtudes, haciendo tránsito de un templo a otro; de un trono ceñido a otro más excelso; de unas antiguas andas a estas nuevas, lucidas y vistosas.

Dedica también un apartado a destacar la figura del corregidor de Villena, don Gaspar Delgado Llanos Moreda, de quien destaca el afecto que le ilustra y dice:

Dando tu silencio, no sé qué resplandor a estas glorias, que desde el retiro de su modestia, nos ha hecho ver, en la erección maravillosa de esas regias andas y de ese majestuoso trono, o que es nativo carácter de su grandeza, desempeñar airoso sus empresas, o que en su afecto excede el desempeño de su grandeza, cuando corren por su cuenta los lucimientos de esta Señora…

Seguidamente nos vamos a centrar en los elogios que dedica a Villena, como son:

El nombre de Villena está significado en buen romance, de fuerza llena; luego el nombre de Villena hace una verdadera etimología con el renombre de fortaleza.

Pero aún  creo que no queda mi obligación desempeñada, si no confirmo con las proezas de esta ciudad, ser V.S. el robusto y fuerte athlante de que habla Benedicto. Y siendo cierto que pasión no quita conocimiento, permítaseme vocear lo que sin desdoro, más sí con emulación de otros pueblos conozco, desde que mi fortuna me trasladó (no con poco consuelo mío) a alistarme bajo la sombra de su castillo, centro de la honra, taller de la ciencia, teatro de valor y fortaleza. Tú eres, ciudad ilustrísima, aquel árbol, que sombreando las corrientes, has producido y produces óptimos frutos de celo y fortaleza para la guerra, de virtudes y santidad para la Iglesia.

Méritos tuyos son los realces y privilegios con que los reyes antiguos y modernos te han ennoblecido; por tu fortaleza mereciste, que el rey don Fernando y doña Isabel, en el año 1476, concediesen el privilegio de que esta ciudad no pudiese enajenarse de tu Real Corona, que no pudiese ser vecino suyo el que tuviese quarto de moro ó de judío; y que todo vecino se liberase de pagar pechos y portazgos. La lealtad de V.S. estimuló a aquel guerrero rey don Phelipe Quinto, para honrar a esta ciudad, con hacerla Plaza de Armas de sus tropas, y que sirviese de antemural a los enemigos.

El valeroso denuedo con que V.S. defendió su partido el año de seis, sin haberle advertido, que sujeto alguno en esta población siguiese el partido contrario a su Majestad, echando de ver sí, que algunos de sus moradores se dejaron quemar vivos, por no apellidar a otro soberano, impelió al mismo rey para honrar a V.S. en justificada recompensa con que se llamase el ejemplo de lealtad.  El mismo don Phelipe (honra de nuestra España).

Habiendo visto el valor y fortaleza de V.S. y que solo con cincuenta hombres en ese castillo, se defendió del enemigo por espacio de ocho días, padeciendo gustosa saqueo y quema por no entregarse. Ilustró a V.S. el año séptimo de este siglo, con los gloriosos timbres de muy Noble, muy Leal y Fidelísima, dando a entender al mundo este animoso Monarca, que a esta fidelísima ciudad debió por entonces en sus sienes esta Monárquica Española Corona. Ésta es Villena, por sus hazañas: que por lo que hoy práctica, la octava maravilla merecía; pues nunca más digna de las más eminente gloria, que cuando consagra su castillo, su león, su espada, fuente, peces, ala y pinos, para coronar con el escudo de sus armas el culto y Fiestas de María, mi Señora, de las Virtudes. Esta Señora sea el premio, senado ilustre, de la benignidad, vizarria y amor con que V.S. se empeña en obsequiarla…

            Describimos también los elogios que dedica a los feligreses, dada la gran concurrencia de los fieles a ambas parroquias, en dos noches, a hacer las Vistas a la Virgen, a la vez que le ofrecen algunos dones,  indicando lo siguiente:

Nada menos han mirado y admirado nuestros ojos en el místico Horeb de este Templo, en todo este novenario; puesto todo este pueblo y sus contornos han concurrido a porfía; cortejando en esas lucidas vistas, en dos competidos y devotos bandos, con sus dadivas a María, dándole en parte las gracias de haberles  comunicado en todas sus aflicciones regalos de los cielos.

¡Oh insignes moradores de Villena! ¡Oh verdaderos cuanto apasionados de María de las Virtudes! Yo solo me he quedado para daros repetidas gracias por tan magnánima heroica devoción, con que tan a toda costa os habéis esmerado en celebrar las glorias de esta Señora.

Elogios también, para el escribano del Ayuntamiento de la ciudad, debido a que su familia bordó una correa para Nuestra Señora, en terciopelo negro, con sobrepuesto de oro y la regaló a la Virgen, luciéndola en esas Fiestas, así como en la actualidad, la cual se le pone en las romerías de traída y llevada a su santuario[1].

Finaliza con un elogio a los oradores que le precedieron en los días anteriores y finaliza con las siguientes palabras:

 

Solo diré lo que en estos ocho días hubiese podido aprender de estos sabios y eruditos preceptores, ingeniosos oradores que me han precedido; como lo prometo lo veréis: suplicando a V.S. disimule por María de las Virtudes la latitud de mi exordio, que en el sermón prometo ser tan ligero como un Ave María.     

  

            Tras este amplio preámbulo, se inicia la crónica de su sermón, en el  cual comienza resaltando la palabra “VIRTUDES”, indicando que consta de ocho letras y continúa relatando  que:

 

Ocho son y ocho han sido los sabios y eruditos maestros, que en estos ocho antecedentes días, habéis oído panegirizar las glorias de esta Señora (refiriéndose a Ntra. Sra. de las Virtudes): Estos mismos son los que me han dado luz para elogiar a María: pues en cada una de las letras del título de Virtudes, veréis a cada predicador dibujado; saliendo de cada letra una idea distinta, contraída con la idea, que cada orador ha puesto en su respectivo día. Así cumplo lo que en el exordio prometí; así aprendo de estos sabios e ingeniosos maestros, y así también empiezo a discurrir.

La primera letra de Virtudes es V, que quiere decir Vara de Moisés, la segunda es I, que quiere decir Iris de la paz del cielo; la tercera es R, que quiere decir Reparadora de nuestra España; la cuarta letra es T, que quiere decir Tesorera de las gracias y dones celestiales; la quinta es U, que quiere decir Vencedora de Dios, para socorrer al hombre por medio de sus virtudes; la sexta es D, que quiere decir Divina Jardinera de esta ciudad; las séptima es E, que quiere decir Espejo en donde se miran favorecidos los hijos de Villena; y la última es S, que quiere decir salud eterna y temporal de sus devotos.

El sermón consta de ocho puntos; no se admira V.S. que aunque será todo tan cierto como el credo lo que diga, no tardaré ocho credos en decirlo, empiezo…

 

El contenido de dicho sermón queda plasmado en casi veintisiete páginas, centrada en los puntos antes descritos. Si bien dejamos para el final una especial mención al corregidor de la ciudad, don Gaspar Delgado, manifestando el doctor Joseph Martínez su profundo agradecimiento por haber encargado, la primera autoridad local, la realización de un lienzo con la Imagen de Las Virtudes, pintura que calificó de muy primorosa.

Por último, recordar que fueron nueve días de fiestas, y en cada uno de ellos predicó uno de los más distinguidos oradores del momento. El día 8 de septiembre fue el doctor don Juan Alfonso Mellinas, Beneficiado Magistral de la Parroquial del Señor Santiago de Villena. El día 9 fue el P. fray Diego Lillo, lector jubilado, prior que fue del convento de San Agustín de Murcia; el día 10 le correspondió a M.R.P. fray Salvador Maura de los Dolores, predicador del convento de los Franciscanos Descalzos de Villena. En el día 11 intervino el M.R.P. fray Andrés Sánchez, predicador general del Sagrado Orden de N.P. San Francisco, en su convento de Observantes de Hellín. El martes día 12 de septiembre, le correspondió a M.R.P. fray Joaquín de la Ollería, lector dos veces de Filosofía y Sagrada Teología, predicador  en su convento de Capuchinos de Caudete. El día 6º, concretamente el miércoles 13 de septiembre, el orador fue el M.R.P. fray Julián de Valencia, predicador en su convento de Capuchinos de Biar. Al día siguiente le correspondió dar el sermón al M.R.P. fray Joseph Ibáñez Soriano, lector de Filosofía y sagrada Teología, Guardián actual en su convento de Franciscanos Descalzos de Almansa. El día 8º,  viernes 15 de septiembre, fue para el M. R. P. fray Antonio Navarro, lector jubilado, Visitador General y Ex provincial de la provincia de Valencia, del Sagrado Orden de San Francisco de Paula.

Para finalizar, el sábado día 19, el doctor don Joseph Martínez Pardo de la Casta, presidente que fue de Filosofía y Sagrada Teología Escolástica, por la Escuela Tomista en el seminario de San Fulgencio de la ciudad de Murcia y actualmente Beneficiado y cura propio de la Parroquial de la Señora Santa María de la ciudad de Villena, con su extraordinario panegírico que estuvo centrado en resaltar las virtudes de la Virgen y en el resumen tan acertado que realizó de los ocho oradores sagrados que le antecedieron en dichos días.


1756

El 27 de enero de 1756, los agustinos, sin comunicarlo previamente al ayuntamiento y como ya habían hecho en 1730, decidieron unilateralmente trasladar la imagen, implorando el agua del cielo, al núcleo urbano. Ante lo unilateral y precipitado de la decisión, que rompía el protocolo que regía las rogativas y los traslados de la imagen, la ciudad reaccionó de inmediato, enviado recado al prior para que suspendiera la función hasta que se pudiera efectuar de común acuerdo y con el debido y acostumbrado culto.

El prior se puso cabezón y no quería modificar su idea, el ayuntamiento le envió a un diputado con amplios poderes para suspender el traslado y nombró dos comisarios para que impidieran la operación.

Aunque la imagen ya estaba preparada, el prior rectificó su actuación y se comprometió ante los comisarios enviados a no moverla más sin autorización, reconociendo que las decisiones sobre el traslado de la Virgen correspondían a la ciudad.

En el cabildo del 28 de enero, el ayuntamiento acordó traerla en rogativa el 1 de febrero y procedió, como era costumbre, a nombrar a los comisarios que habían de encargarse de los actos. Ocurrió que el día señalado amaneció lloviendo, por lo que se decidió suspender la función. El prior respondió que, de todos modos, procedería a trasladar a la Virgen, introdujeron la imagen en la galera del convento y atravesando un arroyo peligrosamente crecido, se plantaron en Villena. Para evitar más problemas con los putos monjes, los cabildos civil y eclesiástico, se vieron forzados precipitadamente en salir a recibir a la patrona, que fue depositada en la ermita de San Sebastián, para trasladarla al día siguiente al templo de Santiago. La ciudad le dedicó, en desagravio, un novenario de sermones, cumpliendo así con la práctica habitual cada vez que tenía lugar un traslado de la Virgen a Villena.

La mala predisposición  que demostró el prior incitó a que las espadas siguieran en alto. El ayuntamiento seguía acumulando quejas contra los religiosos por la mala administración que hacían de las limosnas y del santuario, por lo que decidió plantear unas nuevas capitulaciones y no devolver la imagen al santuario hasta que el nuevo acuerdo estuviese firmado.

Los conventuales se ofrecieron para entenderse de nuevo con la ciudad y el 24 de marzo de 1756 firmaron una nueva escritura de convenio, comprometiéndose  a guardar, con escasas diferencias, los capítulos con que entraron en 1592 sus hermanos valencianos. Contaron con sesenta días para que fueran ratificados por el provincial, si no la comunidad perdería sus derechos y la ciudad podría entregar el santuario a las personas o comunidades regulares o eclesiásticas que fuesen de su agrado. Como medida de presión, la ciudad acordó retener la Imagen en Santiago, mientras no llegase la aprobación de la orden, lógicamente privaban a los conventuales de recibir limosnas, ya que las mismas pasaban a ser administradas por los comisarios de la ciudad.

Los religiosos demoraron la aprobación del provincial  y se aprestaron a litigar, para ello inicialmente intentaron conseguir la nulidad de la escritura de capitulaciones, manifestando haber firmado bajo presión.

Como consecuencia de estas formas de actuar de tan baja educación, Villena decidió plantear pleito en el Consejo de Castilla con fecha 15 de junio y exigía o el cumplimiento de lo pactado o la expulsión de los frailes, destacando el descrédito para la devoción que suponían estas formas tan raras de actuación.

Los conventuales cada día que pasaban estaban de más mala leche, puesto que sus intereses estaban muy tocados, debido a que la Virgen no estaba en el santuario. Tomaron la decisión de acudir al ordinario diocesano, el cual, con fecha 4 de septiembre comunicó a la ciudad que para el primer festivo siguiente se devolviera la imagen al convento en la forma acostumbrada. La ciudad recurrió el mandato del gobernador eclesiástico, lo que produjo la suspensión de su aplicación.

En aquel entonces, el gobernador del Consejo de Castilla era Diego de Roxas Contreras, a su vez obispo de Cartagena.

Los agustinos pedían la nulidad de la escritura del 24 de marzo de 1756 y se amparaban en las condiciones de su primera venida.

En julio de este año hizo su aparición en Villena una de las peores plagas de langostas que se habían conocido.

A finales de diciembre la ciudad hizo constar que las limosnas estaban cayendo y que el gasto que suponía el mantenimiento del culto a cargo de las arcas municipales se estaba haciendo insoportable, de modo que como medida de ahorro se obtuvo autorización del concejo para colocar interinamente la imagen en el convento de San Francisco de la ciudad, pensando en evitar los gastos de la próxima romería de marzo. El cabildo municipal pensó en ceder la imagen a otra orden religiosa, pero se decidió no llevar a efecto tal medida.

1757

El 21 de mayo de 1757 el Consejo de Castilla se pronunció y el fallo, como era previsible resultó favorable para la ciudad: debía cumplirse en su integridad la escritura de 24 de marzo del año anterior y respecto del convento, los frailes no tenían más derechos que el de habitarle y ocuparle, mientras no faltasen a lo capitulado. El 13 de julio los conventuales se obligaron rigurosamente a la observancia de los capítulos acordados con la ciudad y el 16 de agosto la concordia había sido firmada por el superior de la provincia de Andalucía, en el convento de San Agustín de Cádiz. Los agustinos permanecieron en el santuario hasta la ley de exclaustración de 1835.

Trabajo publicado en el libro Villena, pasaje a la historia: 1250-1954,  realizado por Joaquín Sánchez Huesca y en él figura la bibliografía correspondiente.

El apartado titulado: La Virgen de las Virtudes estrenó andas y nuevo trono en 1752 fue publicado en el ejemplar extraordinario de la publicación anual Día 4 que fuera del año 2016.



[1] No podemos precisar quién fue, ya que dicho año había cinco escribanos: Sebastián Calderón López, Joseph Pascual Benito y Vicente, José Antonio García de Mellinas y Vicente Gil de Borrás.

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