Prescindiendo del carácter religioso, que entre los católicos tiene el matrimonio y mirado simplemente como un contrato civil, es todavía un acto formal y respetable en todas partes, y no se encuentra pueblo alguno donde se celebre, sin que a él precedan ceremonias y preliminares que lo hagan más o menos solemne. Ya se ve; el acto de renunciar un hombre a su independencia, y a la vida placentera de festejar a las amables veleidades jovenzuelas, a las displicentes, y mal halladas viudas tempranas, y a las astutas, y experimentadas solteras por fuerza, no es una cosa que debe hacerse así como se quiera, y debe ir acompañado de cuantos preámbulos puedan acreditarlo de ser el producto de la reflexión, no obstante que muchas veces sea la prueba más positiva de locura y extravagancia. Así es, que antes de realizarse un casamiento, y de conceder a los novios la libertad de manifestación explícita y obligatoriamente su voluntad, median visitas y revisitas, pactos y contratos, y otras muchas cosas de precisa etiqueta, de que solamente las viejas casamenteras pueden dar razón. Se ven todos los entremetidos que traen y llevan, suegros que lloran, suegras que gruñen, amigos que dan, y parásitos que esperan; pero suegras que den ni las hubo, ni las hay en el mundo según la opinión del Soñador Quevedo en su romance Padre Adán no lloréis duelos.
Sin embargo y contra los asertos del
célebre escritor se ven suegras que dan en la ciudad de Villena. Un casamiento
en esta población tiene más preliminares que la paz de Utrecht, más ceremonias
que el entierro de un rico, más visitas que una cárcel y más vistas que un
pleito perdido por un poderoso, cuyo contrario es pobre; pero en fin en medio
de estas solemnidades dilatorias se encuentran suegras que den, como ya hemos
dicho, y esto no es poco consuelo para los novios que esperan.
Después
que una linda y robusta muchacha, ha
tenido la suerte de agradar a un ágil y fornido mozo; luego que ambos a hurtadillas y aprovechando el descuido
muchas veces estudiado, de una madre severa han logrado manifestarse su
recíproco cariño, empieza ya la etiqueta y el mal aventurado rapaz se mira en
la precisión de festejar a su amada atronando los oídos de sus vecinos con una
guitarra perpetua y llenando de envidia a las que la oyen y saben que no suena
para ellas. Si todas las noches no percibiese la voz de su amante que unida a
la melodía del instrumento nacional la dice repetidos elogios en trovos
antiguos y al son de una malagueña, la
novia se tuviera por infeliz, y tal vez el amor se apagaría. Pero no sucede
así, pues todos procuran contentar a sus queridas, ya por sí mismos, ya por sus
amigos o valiéndose de ciegos mercenarios que son a la vez los portadores del
caduceo, y los secretarios de los amantes no filarmónicos. La tolerancia de los
padres de la joven a estas músicas nocturnas
suele ser un buen indicio de aprobación y el amante alentado con él
implora el asenso paterno. Obtenido este, se hace de precisa necesidad el
ponerse acordes ambas familias y uno de los parientes del mozo se constituye en embajador. Recibe en una junta familiar todas
las instrucciones necesarias, y pasa a verse con el padre de la muchacha, y manifiesta el objeto de su
visita: pondera las buenas cualidades del novio y exagera los medios con que se
halla para atender a su subsistencia. Si el padre de la novia accede al
casamiento, tratan desde luego sobre la cantidad y calidad de la dote que debe
dar a su hija, y concluidos los tratados se concede permiso al novio para
visitar la casa, y obsequiar públicamente a su amada; aplazándose a la vez el
día en que se debe celebrar el casamiento. No obstante lo solemne de este acto,
no constituye obligación: los padres de uno y otro pueden retractar los
consentimientos, sin que por ello puedan ser reconvenidos y solo hay un pacto que
ninguno se atrevería a quebrantar, luego que se realiza la petición.
Precede
esta en algunos días al casamiento, pero se hace con gran pompa y con una
ceremonia solemnísima. Si esta faltara, se creerían los ya velados que su
matrimonio no era legítimo. Cuando llega la hora de realizar la petición, el
padre de la novia convida a todos sus parientes más cercanos y a los amigos de
más confianza. El del novio ejecuta lo mismo, y a la primera hora de la noche,
se reúnen los convidados en la casa del que los convocó. El padre del novio,
este y todos los demás del acompañamiento pasan reunidos a la casa de la novia,
donde son recibidos con la mayor etiqueta, y todos toman asiento frente de las
personas que se hallan en la sala. La circunspección y la gravedad reinan en el
respetable concurso, y no habría ningún osado que se arriesgase a profanar la
solemnidad del acto con una palabra intempestiva. Unos momentos de silencio
hacen que los concurrentes se manifiesten dudosos: todos anhelan saber el
objeto de la reunión y esperan con impaciencia que alguno la manifieste.
Entonces, levantándose uno de los parientes del novio se dirige a los que le
acompañaron y pronuncia con énfasis las palabras de la fórmula.- Señores: ¿A que somos venidos? – El
padre del novio responde entre risueño y cortado.- Parece que los muchachos se quieren…y volviéndose el interrogante a
la novia continua.- Señora novia: ¿Usted
quiere al Señor novio?- Responde la joven llena de rubor un sí que apenas se percibe y luego son
preguntados el novio y los padres respectivos. Cuando todos han manifestado
ante el familiar congreso su aprobación al futuro enlace, se depone la
gravedad, y los concurrentes se entregan a la alegría entre el refresco y el
baile.
Concluye
esta diversión bastante entrada la noche y la asamblea se despide para
prepararse a una nueva y costosa ceremonia. Pocos días antes de celebrarse el
matrimonio se obsequia a la novia con las vistas.
Para estas así la familia del novio como la de la novia convidan a todos sus
conocidos, y no hay uno de los convidados que no se encuentre comprometido a
llevar un regalo a la novia más o menos cuantioso, en proporción de los haberes
del donante, y de la clase de la regalada, pues así en Villena, como en todas partes hay la costumbre irregular de dar a
los pobres poco y mucho a los ricos, cuando debiera suceder lo contrario. Pero
en fin, allí dan a la novia y en proporción a su clase la enriquecen, lo que no
deja de ser una ventaja, para el que va a cargar con doña Perpetua.
Cuando
la noche aplazada para las vistas arriba, la novia adornada con todas sus galas
se presenta a la puerta de una sala en la casa de sus padres: todos los
llamados a prestarla sus obsequios se colocan separados con diferencia de
sexos. La futura suegra preside la comparsa de mujeres y el novio es el
conductor de la cuadrilla de hombres. La novia tiene en la mano un canastillo
de mimbre, y varias mujeres situadas a su espalda la tienen prevenidos otros.
Cuando toda la concurrencia está pronta, la comparsa femenina emprende la marcha,
y su presidente llegando a la novia le entrega el vestido que le ha de servir
para el día de la boda, diciéndola con afectada gravedad.- Tome V. y perdone V. y
responde la novia gracias, continua la procesión, precediendo las parientas más
cercanas a las más remotas, y estas a las extrañas, y se suele pasar una hora,
sin que se oigan más palabras que las de Tome
V. y perdone V. La novia, que no se cansa de tomar y que a costa de tomar
estaría concediendo perdones una semana, va entregando los canastillos a las
que la sirven y estas depositan los regalos en la sala a vista de todos los
concurrentes.
Luego
que el bello sexo ha llenado su misión, dan principio los hombres a la
ceremonia, que realizan del mismo modo y con igual cumplimiento, pero con la
notable diferencia de que así como las mujeres regalan ropas, ellos entregan
dinero. Acabadas todas las ofertas, toman asiento los circunstantes y las que
sirvieron a la novia, en unión con algunos hombres, cuentan el importe de los
regalos publicando en voz alta, para que todos se cercioren de la cuantía a que
asciende esta dote adventicia de la novia.
No
concluye empero con esto el ritual de matrimonios: la novia permanece en su
casa todos los ocho días siguientes al del casamiento, y no le es permitido
salir hasta después de la tornaboda. Así
se llama la ceremonia final. Al octavo día siguiente a la boda se restituye a
la desposada la libertad. Su suegra, acompañada de las parientas más cercanas
del novio pasa solemnemente a visitarla: la saca de su habitación, la lleva a
misa, y luego a su morada, donde la obsequia con una comida igual a la del día
de su boda. La misma concurrencia que en aquella, hace reinar la alegría en el
banquete, baile y cena; al fin de esta, los novios son conducidos a su casa por
los hombres, y se despiden de tan pesada etiqueta, llevando consigo el consuelo
de verla concluir recibiendo de la suegra; cosa en verdad más que maravillosa.
Ojalá
tan benéfica costumbre se hiciese general en toda España, pues sobe que los
casados ganarían algo en adquirir una dote sin más trabajo, que tomar y
perdonar, las suegras se acostumbrarían a dar y tal vez con ello minorarían
algún tanto el odio que se las tiene.
N.B.S.
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