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1954 MIRADAS RETROSPECTIVAS "CARNAVAL"

 

Dibujo de Pepe Menor


Hacía muchos años que no había presenciado las fiestas del Carnaval en Villena; como siempre ocurre, guardaba de estos festejos la impresión producida en la infancia y un grato recuerdo de su algarabía callejera. Los tipos más estrafalarios iban y venían por la Corredera en aquellas tardes tumultuosas a las que me refiero, constante la primera guerra europea del siglo. La posada del Sol, con su gran umbral de entrada de carros junto al que se sentaba el tío Zumba, posadero bonachón y sonriente; su zaguán amplísimo y su desbordante patio interior.

Era como un túnel misterioso al que desembocaban las máscaras que venían desde la puerta Almansa y de las altas y pedregosas calles que serpentean hacia el castillo. Allí se formaban corros y se asociaban los disfraces— pues para aceptar el ridículo precisa la cooperación—, y después era el discurrir con risotadas y algarabías por la ancha y señorial Corredera. Deambulaban aquellas máscaras; iban y venían hasta la Fuente de los Burros; se detenían y hacían mil gracias frente a la marquesina del Villenense, y, de paso, herían a veces con frases de ingenio la natural y pacífica distracción de los moradores de la Corredera. Era la época de doña Ángeles Ritas, ingeniosa dama de fácil ocurrencia; de don Emilio López; de los Callosinos; de don Vicente Orellana; de don Rafael Selva, con su blasonada casona; de los Fernández de Palencia; del cabo Antón; de don Antonio Marín, maravilloso poeta, con figura benaventiana, bondad sublime y extraordinaria y fina sátira; de Paco Pérez, inagotable ingenio en las bromas y en los disfraces; de las Gemelas, exquisitas y finas, siempre atildadas; de don Antonio Cerdán y don Remigio López; de toda una sociedad, en suma, hoy en gran parte desaparecida, que representó una época interesante en el pueblo y en los afanes de Villena.

Los festivales del Villenense, exornado muy al gusto de la época, con su gran salón de piso entarimado y su biblioteca, presidida por los retratos de don Joaquín María López y don Ruperto Chapí; con sus sofás tapizados en rojo y sus tertulias interminables. El cine único, el Artístico, en el Paseo, con su entrada de café en primer término; sus salones de billares después, y su local incómodo de bancos de madera y el griterío espantoso de las tardes domingueras con la entrada de la chiquillería, a cuyas sesiones precedía siempre el cambio de estampas de la guerra en el paseo de Chapí.

Todos, todos estos recuerdos—a vuela pluma reflejados—, vinieron a nuestra memoria al volver después de los años al carnaval de Villena; hoy encerrado y marchito en los casinos, con poco color y alegría callejeras, en este mes de febrero de almendros en flor y de nostalgias de pretéritas épocas.

 

Eduardo Solano Candel, revista anual Villena 1954.


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