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ITINERARIOS MUSICALES DE RUPERTO CHAPÍ - 1876


Un acontecimiento musical: representación de La hija de Jephté en el Teatro Real

Reflejamos la crónica que la Revista Contemporánea, en su tomo IV  correspondiente a los meses de  junio y julio de 1976 indicó sobre el tema:

“Poco más de dos años hará que un joven compositor, recién salido de las aulas del Conservatorio, se dio a conocer por sus producciones musicales, dirigiendo en nuestro primer teatro lírico la obra que destinó al certamen del premio de la Academia de Bellas Artes en Roma, creada por el gobierno de la república, y con la cual alcanzó el honroso puesto que hoy ocupa en la capital de Italia.
Este joven compositor era Chapí; la ópera laureada Las naves de Cortés. Entonces la prensa toda y el mundo dilettandi, preocupado por aquel suceso, vio en este primer paso de la carrera artística del joven alicantino todo un porvenir musical para nuestra patria, tanto más necesitada de su regeneración, cuanto que por desgracia son muy raros los que persiguen con constancia y fe un ideal o cultivan el arte con inteligencia y entusiasmo.
El que esto escribe, al dar cuenta de este suceso, decía entonces en un periódico literario: -Las naves de Cortés descubren en el señor Chapí un pensamiento tan puro, unas miras tan elevadas y un concepto tan perfecto de la misión y parte del arte musical contemporáneo, que faltaríamos a nuestra conciencia si, al trazar estas líneas, no consignásemos aquí todo el valor e importancia de esta producción artística; que ha de formar época seguramente en los anales del drama lírico en España-. Hoy se nos da a conocer Chapí con una nueva producción, y lejos de ver defraudadas nuestras esperanzas, perdidas nuestras ilusiones, sin fundamento los auspicios que entonces se hicieron, La hija de Jephté, estrenada el 12 de mayo último, ha venido a confirmar elocuentemente cuando del joven laureado de Roma dijo la prensa y el público pensó al escuchar su primera partitura, mereciendo asimismo la más favorable acogida y los aplausos de cuantos aman el arte y saben recompensar dignamente a los que le profesan.
He aquí el acontecimiento musical que sirve de epígrafe a nuestro artículo, y cuya transcendental importancia para el arte en España merece meditarse seriamente, ya que por desgracia tan escasos se muestran aquellos en esta como en las demás esferas que el arte pueda manifestarnos.  Tal es el objeto al vamos a consagrar nuestras consideraciones, un tanto inoportunas quizá para despertar interés en nuestros lectores, olvidados ya de La hija de Jephté y hasta de su autor, pero no por esos inconvenientes, tratándose de un asunto que tan directamente afecta a nuestra cultura nacional, ni menos necesaria para dejar sentada como se merece, la reputación de un artista tan modesto como aprovechado, y merced a cuya laboriosidad y talento ha podido conjurar los grandes obstáculos que, desde que llegó a Madrid, se opusieron a la libre manifestación de sus facultades artísticas.
Nuestros lectores habrán leído ya la crítica que toda la prensa ha hecho de la nueva producción del señor Chapí. Tanto por esta como por la impresión que sintió el público en sus dos representaciones en nuestro real coliseo, habrán seguramente deducido el valor musical de La hija de Jephté y formado el juicio más o menos aproximado conforme a estos datos. Atentos hoy nosotros a cuanto en este sentido se ha dicho y se ha escrito, de casi todo lo cual dista mucho el concepto que antes de la representación, en la representación y después de la representación habíamos formado, porque si no veíamos en ella un modelo de arte, veíamos sí sus gérmenes y en estos gérmenes, frutos exuberantes para el porvenir; distantes igualmente en nuestros juicios y apreciaciones, lo mismo de los pesimistas que la censuran con acritud, porque no ven en ellas páginas como las de Meyerbeer o Gounod, que de los apasionados que la consideran intachable o sin defectos, y poniéndonos por último en el punto de vista que juzgamos único y necesario para su recta apreciación, trataremos de esclarecer la verdad poniendo de relieve tanto sus bellezas, como sus defectos, para que así nuestros lectores puedan formar una idea, si no completa y exacta, todo lo justa y aproximada por lo menos que sea posible. La crítica debe ser seria y reflexiva si ha de ilustrar y persuadir; hacerla de otra forma y con otros fines, es oscurecer la verdad y extraviar la opinión.
Entre los múltiples aspectos bajo los cuales puede considerarse La hija de Jephté, aparece como primero y capital a nuestros espíritu el que se refiere al género de composición o sistema musical adoptado por el señor Chapí, aspecto que por ser a nuestro modo de ver en este momento el más importante y a la vez el que más elocuentemente determina el valor artístico de toda la partitura, vamos a darle la preferencia exponiéndole a nuestros lectores antes de analizar el contenido de la composición musical.
Bajo este punto de vista la obra del señor Chapí ha merecido, y con razón, los plácemes, no tan solo de los inteligentes, sino también de los verdaderos aficionados, que ven en aquel otro discípulo más de su escuela predilecta, hoy seguida por la mayor parte de los artistas extranjeros que desean entrar en las corrientes modernas y construir sobre las últimas conquistas de la música las concepciones del porvenir.
De cortas proporciones, aunque superiores sin duda a las de Las naves de Cortés y desarrollada con más amplitud y libertad, la nueva obra que nos ocupa revela ya una tendencia fija y determinada hacia la realización de las teorías de la escuela militante en Europa, cuyas simpatías no trata de ocultar el señor Chapí por más que nuestra inclinación a entrar en las últimas doctrinas musicales. Con este decidido propósito y sin abandonar un momento aquellos procedimientos que usaron los grandes maestros, la obra se desenvuelve y marcha sin decaer un momento dentro precisamente del sistema armónico de la escuela de Meyerbeer, adoptada y consagrada por el diletantismo ilustrado; este sistema que determina hoy el movimiento y el espíritu musical de nuestra época y que, relacionando los dos grandes principios, que desde hace tanto tiempo vienen luchando en el campo de la música, ambos exclusivistas y contrarios en sus teorías, ha dado por resultado un principio superior armónico, merced al cual han venido a desaparecer los dos opuestos ideales de pasados tiempos.
Este carácter predominante de la ópera de Chapí que ha dado motivo a censuras, un tanto ligeras, de la crítica y a injustificadas reconvenciones de ilusos escolásticos, tiene su explicación natural y lógica, y prueba, contra esa misma crítica, que no es la originalidad el deseo que ha animado a nuestro joven compositor al dar forma musical a La hija de Jephté. Chapí se encuentra precisamente en ese periodo crítico de la vida artística, en que la fantasía no obra con absoluta y entera independencia, ni la concepción aparece como propia y libre individualidad: en ese momento en que toda creación tiene que ir revestida necesariamente de un carácter imitativo, como resultado de las circunstancias históricas en que nace y se desenvuelve ante el espíritu. Joven aún, por más que su talento y cultura musical sean todo lo grandes que queramos suponer y los medios de ejecución tan extraordinarios como se puede imaginar, Chapí no debía, ni podía tampoco, sin traspasar las leyes de la vida espiritual, manifestarse en La hija de Jephté con toda la personalidad, con toda la independencia propia y característica de edad y experiencia superiores; ni mucho menos emancipado y libre del que pudiéramos llamar molde y tipo, reconocido y consagrado por el gusto musical contemporáneo. La hija de Jephté, por tanto, más bien como revelación artística del genio personal de su autor, donde veamos fotografiado su propio carácter y su individualidad musical, debe considerarse como el estado actual de su espíritu, como el grado de su organización para la música, con la síntesis, en fin, de su extraordinaria cultura artística. Tal es la situación del discípulo predilecto del señor Arrieta, respecto de su última concepción musical. El artista concibe y desarrolla su obra, cumpliendo con todas las condiciones exigidas por la estética y conforme a los principios del drama lírico moderno. Fundida íntimamente con el asunto o pensamiento poético, esencialmente descriptiva y apropiada a la letra, de la cual no aparta la vista el compositor, llena de dificultades técnicas de todo género, y abundante en bellezas melódicas, rítmicas y orquestales, la música toda nos ofrece un interés vivísimo, siempre creciente, cuyo carácter parece revelarnos el empeño que ha puesto su autor para mostrar, no tanto sus indisputables facultades artísticas en lo que al compositor y al armonista se refiere, cuanto su poderosa intuición musical y decidida aptitud para el arte.
Sin ocultarnos sus instintos y tendencias, sí como su claro concepto de los fines que la ópera debe realizar para llegar al ideal que hoy se presiente, Chapí no pierde jamás de vista el asunto o el pensamiento que motiva la acción dramática. Sabe a dónde va y lo que hace, y como tiene conciencia de ello, no se aparta un punto del camino que se ha trazado, lanzándose por extraviadas sendas, para halagar con efectos de relumbrón al público ligero o distraído, o sacando resortes vulgares, ya gastados y del mal uso en esta época. Más serio que todo eso, más concienzudo y severo consigo mismo, el señor Chapí ha querido prescindir de vanos aplausos en muchas ocasiones y ha sabido sacrificar un gusto, pueril y ridículo después de todo, a la satisfacción real y completa del verdadero artista. Otros harían otra cosa y seguirían otro procedimiento. Chapí cree en la religión del arte y, consecuentemente con sus creencias, profesa sus dogmas y practica sus principios…
Chapí, no hay que dudarlo un momento, tiene verdadero espíritu artístico, posee una instrucción nada común y una noción clarísima del arte que profesa…, el provenir musical de Chapí está sin duda asegurado. Hoy le falta experiencia, es joven y no conoce aún esos resortes escénicos que son, por decirlo así, el gran secreto del artista; está cohibido por mil fuerzas de todo género que no le dejan desenvolver libremente sus concepciones ni desarrollar todo el genio poético y musical que hoy lleva en su espíritu. El día, en que libre de todas estas trabas, siga el espíritu independiente de los grandes maestros, y penetrado de la elevada misión que tiene que cumplir, se deje llevar por su propia inspiración, por su propio genio, ese día, repetimos, que corresponderá al nuevo periodo de la vida artística de Chapí, aparecerá su personalidad, y con su personalidad su carácter y sus propias obras.
Esperemos tranquilos ese día que ha de llegar seguramente, y entre tanto, dejemos meditar a Chapí, como los grandes genios de la música hicieron en los primeros años de su vida; aléntemosle manifestándole los verdaderos ideales del arte, esos ideales que ha producido creaciones como El Profeta y La Africana de Meyerbeer, Lohengrin y Rienzi de Wagner, Fausto y Romeo de Gounod; y estamos seguros que sus creaciones alcanzarán un puesto digno en el porvenir. Chapí, nos consta, trabaja y estudia sin descanso, revolviendo cuánto hay de notable en literatura y arte en los archivos de la capital del orbe católico; sabemos, aunque no nos honramos con su amistad, lo que piensa en materias de arte musical y los estudios a que con preferencia se dedica; vemos en su última partitura cuáles son sus instintos y sus aficiones predilectas en orden a la composición y desarrollo del drama musical, y esto nos basta para esperan con confianza los resultados de su talento.
No se arredre ni se detenga en la senda que ha emprendido, por grandes que sean los inconvenientes que salgan a su paso, e insuperables los obstáculos que se pongan a la libre manifestación de sus aficiones artísticas, que grandes e insuperables los tuvieron también Beethoven, Gluk y Ricardo Wagner, y sin embargo, salieron triunfantes de la reacción y el ultramontanismo musical.
Realizar el arte por el arte mismo, sin miras extensas de ningún género, y cumplir con todos sus principios para elevarse a las últimas regiones de la estética y hasta los más sublimes concepciones de la armonía; relacionar con la música la verdad con la belleza, de tal modo que el pensamiento poético tenga transparencia en el pensamiento musical; llevar a cabo, en fin, el sistema armónico comenzado por el sublime Meyerbeer y desarrollado por Ricardo Wagner en sus teorías sobre el drama lírico en lo que tiene relación o es compatible con los últimos adelantos estéticos; hacer, en una palabra, de la ópera un espectáculo serio, sin otro fin que el que el mismo arte demanda, tal es la sagrada misión del verdadero artista, y el deber que tiene que cumplir con las exigencias de nuestro tiempo.
Inspirado en estos principios, y siguiendo este camino el señor Chapí, no lo dudamos, tendrá que sufrir en nuestra patria las consecuencias que arrostraron y sufrieron aquellos genios que son la admiración de los tiempos presentes, siendo el escándalo en los pasados; pero al realizarlos así en el gran pensamiento que hoy preocupa a la España musical, al llevarlos a la ópera española, quid desiderátum del mundo filarmónico, sin contemporización ni condescendencia de ningún género, hará un servicio al arte, que el arte le premiará en el porvenir, y la historia de nuestra música nacional sabrá consignarlo gloriosamente en sus anales.”
José Estéban y Gómez
17 de Mayo de 1876
Revista Contemporánea, tomo IV, junio y julio de 1876


Ópera española La Hija de Jefté y breve biografía de don Ruperto Chapí acerca de su llegada a Madrid

En la noche de 11 de mayo ofrecía el Teatro Real de Madrid un magnífico espectáculo. Verificábase el estreno de la ópera española en un acto titulada La Hija de Jefté, letra de don Antonio Arnao y música de don Ruperto Chapí, pensionado de número (por oposición) en la Academia de Bellas Artes de Roma, y la concurrencia numerosa y escogida que llenaba el ancho salón del coliseo aplaudía con verdadero entusiasmo la inspirada producción musical del joven y ya distinguido compositor.
En muy humilde cuna nació en Villena don Ruperto Chapí; llegó a Madrid guiado solo por su irresistible vocación artística, para estudiar el arte divino; matriculóse en la Escuela de Música y Declamación, y cursó con notable aprovechamiento la difícil carrera de compositor, aprendiendo la Armonía bajo la dirección de don Miguel Galiana, el Contrapunto con don Tomás Fernández Grajal, y la Composición con el ilustre autor de Marina, don Emilio Arrieta.
Mostró Chapí desde sus primeros estudios grandes dotes y aplicación constante: obtuvo primeros premios en todas las asignaturas que cultivó; por oposición y cuando aún no tenía 19 años y no había terminado la carrera de compositor, ganó la plaza de músico mayor del tercer regimiento de artillería de a pie; por oposición también conquistó dos años después (1878) el puesto de pensionado de número en la Academia de Bellas Artes de Roma.
Las composiciones que ha dado a conocer anteriormente, alguna de ellas importantísima, como Las Naves de Cortés y el éxito sobresaliente que ha alcanzado en la noche del 11 la bella música de La Hija de Jefté, ofrecen seguridad completa de que el señor Chapí, que ha hecho su brillante carrera sufriendo toda clase de privaciones, ha de dar muchos días de gloria, no solo al arte español, sino también al arte de la música europea.
“Las obras de este joven /decía una persona muy ilustrada, en la noche del estreno de la ópera precitada), pasarán las fronteras y se harán honroso lugar entre las más aplaudibles del extranjero”. opinamos lo mismo.
Ahora bien, ¿se ocupará el Gobierno español del porvenir de esta futura gloria del arte? Sería muy laudable; pero si así lo hiciera, ¿no es verdad que tal acto sería también muy nuevo en nuestro país?
La Ilustración Española y Americana, 22-05-1876

Desde París, Escenas de capa y espada y la muerte de Garcilaso

El diario El Graduador, de Alicante; con el título Lo Celebramos publicó la siguiente noticia sobre Chapí:
“En cumplimiento de lo que el reglamento especial dispone, nuestro comprovinciano el maestro compositor musical don Ruperto Chapí ha mandado desde París, donde reside, pensionado por la Academia de Bellas Artes, una sinfonía de género puramente instrumental, titulada Escenas de capa y espada; un motete, género religioso a cuatro voces y sin acompañamiento, sobre el tema Veni orator; y la ópera española en un acto  La muerte de Garcilaso, letra de Arnao, mereciendo que el jurado calificara de extraordinario mérito los trabajos antedichos.
Según hemos leído en nuestro festivo colega El Solfeo, DON Jesús de Monasterio, lleno de noble orgullo al examinar los últimos trabajos de Chapí, al tratarse de su calificación, no encontraba nota que expresara con todo el calor que él deseaba, la bondad de aquellos; y como sus compañeros le manifestaran  que conforme al reglamento, solo podía ser de extraordinario mérito, él por fin vendido, pero no satisfecho, se contentó con decir:
--Pues bien…que se escriba todo con letras mayúsculas—
Orgulloso puede estar el joven compositor, pues cada producción musical que brota de su robusta pluma, es un nuevo florón en la corona que ha conquistado su talento.”

El Graduador, Alicante 07-12-1876

Bellas Artes de Roma

“No podemos dar cuenta también de los trabajos remitidos por los pensionados de la sección de música en la Academia de Roma, porque no se prestan del mismo modo, y por simple exhibición, al juicio público. Parece que los dos pensionados músicos han quedado reducidos a la mitad, o sea a su mínima expresión (al renunciar el señor Zubiaurre la pensión de mérito), no sabemos por qué clase de raquítica economía o por qué nuevo alarde de falta de consideración a la música. Pero, de todos modos, probable es que puedan conocerse en breve algunas de las obras del señor Chapí, que es el único pensionado músico que ha quedado, y entonces probablemente las aplaudiremos, como aplaudimos hace dos años en el teatro Real la partitura del cuadro lírico  Las naves de Cortés, del mismo autor.
Entretanto, viene aquí como de molde consignar el éxito que ha tenido en el teatro de Apolo el cuadro lírico del Sr. Arnao, Guzmán el Bueno, puesto en música por un condiscípulo del señor Chapí, el señor Bretón. Nada hemos de decir del libreto del señor Arnao, tanto el Guzmán el Bueno, como Las naves de Cortés del mismo autor, juzgados están por el público, y por cierto que los lectores de la Revista Europea fueron los primeros en apreciar las bellezas literarias de estas especiales obras. La música del señor Bretón, como la del señor Chapí, y como la de todos los jóvenes que empiezan ahora, con brillantes, verdaderas y propias condiciones, las tareas de la composición musical, inclinase más, mucho más indudablemente, a la escuela de Meyerbeer, el gran regenerador de la música dramática, que a la pura y cada vez más decaída música italiana. Esto hace indudablemente que las concepciones de esos jóvenes compositores no sean tan comprensibles a primera vista para el público como las melodías limpias y escuetas que solo encantan por grandísima e incomparable inspiración; pero en cambio se presentan desde luego con la autoridad de un maestro que conoce bien los timbres de todos y cada uno de los instrumentos, que comprende las necesidades del drama lírico moderno, que practica las grandes combinaciones instrumentales y corales, y domina, en una palabra, la ciencia de la orquestación.
Parécenos que la música de Chapí es algo más melódica que la de Bretón, y que este se acerca un poco más que aquel a algunas de las teorías de Wagner; pero de todos modos, ninguno de los dos se sale de lo que realmente tiene y debe tener del presente la llamada música del provenir; y en ambos se ve la natural influencia de su maestro el señor Arrieta, el autor de Marina, El Grumete y tantas otras obras , el que ha logrado fundir en la turquesa de la más exquisita elegancia la melodía italiana con la melodía que podemos llamar española distinguida, el infatigable profesor cuyas teorías no se estancan, sino que, por el contrario, progresan por el medio del estudio constante. La obertura o preludio sinfónico de Guzmán el Bueno, es una pieza bellísima que por sí sola basta a formar la reputación de un compositor…”

Revista Europea, 10-12-1876

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