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Recuerdos de mi paso por las "escuelas parroquiales" de Santa María. Década de los años 60 del pasado siglo XX

 

La escuela, los maestros y los compañeros.


Las escuelas se encontraban al fondo de la iglesia de Santa María y fueron instaladas dos clases en las cambras, a las que se accedía por una escalera interna con la sacristía. Se habilitó una escalera directa, por la que subíamos a las clases, a través de una puerta que daba a la placeta de la Rambla, que tenía la distinción de ser lugar central de los juegos durante el recreo. Las paredes exteriores estaban adosadas a los muros de piedra del templo, decoradas con dos ventanas que daban, una a la pared de la iglesia y otra a un pequeño patio interior.

Las clases estaban pintadas de dos colores, la faja que tenía una altura de un metro, de color gris oscuro y la parte superior de color mezcla de blanco y gris claro.

Cada una de las clases tenía dos grandes ventanales, con orientación mediodía y casi puesta de sol, por lo que en los días de sol entraba mucha luz.  Gracias a esa ubicación, suplíamos la falta de calefacción con el calor del Sol.

Nos sentábamos en bancos de madera, que rodeaban unas mesas rectangulares. En cada mesa cabían diez alumnos y como había cinco, el número total de alumnos por clase era de cincuenta.

Dos maestros se encargaban de las clases, los hermanos José y Ángel Sánchez Griñán, muy conocidos en la ciudad por ser los hijos del sacristán de la iglesia arciprestal de Santiago.

Siempre vestidos con chaqueta y corbata, mostraban semblante serio, pero inspiraban confianza, pese a la disciplina que imperaba en todo momento. Conseguían mantener atenta a la clase y si alguien se despistaba, recibía  una ración de palmetazos, pudiendo, el alumno, indicar en qué mano los quería.

Previo al comienzo de la clase, se hacía el rezo de rigor, a lo que seguía el canto del Cara al Sol o el Himno Nacional (con la letra de José Mª Pemán).

Utilizaban mucho la pizarra, y en todo momento dejaban claro su completo conocimiento de la enciclopedia “Alvárez”, libro que contenía en sus páginas todas las asignaturas, salvo el Catecismo.

Los paseos por el centro de la clase marcaban su autoridad. El trato que dispensaban a los alumnos era igual para todos, incluidos los dos hijos del alcalde.

El recuerdo de ambos maestros quedó bien grabado para la historia en 1984, con los actos de homenaje que les tributaron los antiguos alumnos y como prueba de ello,  se les puso su nombre a la placeta por donde se entraba a la escuela.

Si la escuela formaba una parte importante en nuestra educación, no menos importante eran las relaciones entre compañeros y traigo al recuerdo algunos de los juegos, tanto en el recreo, como en horario extraescolar, que era más escaso que ahora, dado que los sábados también acudíamos a clase.

Las actividades recreativas estaban centradas en el fútbol y para ello contábamos con varios espacios, que preparábamos enseguida con lo colación de cuatro piedras para indicar las porterías. El resto de juegos era por temporadas e iban variando según el mes del año: canicas, estornija, peonza o trompa, cartones y lima.

Todos teníamos la obligación de llevar el colegial, el escudo de la escuela era opcional. La cartera y plumier, que podía ser de uno, dos o tres pisos, era necesaria.

Las escuelas eran cantera del coro parroquial y del grupo de  monaguillos, pudiendo optar a dicho puesto tras haber realizado la primera comunión.

Y por último citar las concentraciones de todos los alumnos en diversos actos religiosos como eran: la visita diaria al Sagrario, al finalizar las clases, el Vía Crucis los viernes de Cuaresma, la Misa de once de los domingos y la asistencia a diversos actos religiosos de la parroquia, como: Las cuarenta horas, miércoles de ceniza, día de Santa Lucía y el mes de mayo dedicado a María.

                                                                          Chimo Sánchez Huesca, mayo de 2016.

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